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jueves, 12 de septiembre de 2013
La casa maldita de Amityville
El horror comenzaba el 15 de noviembre de 1974 hacia las seis y media de la tarde con una llamada telefónica a la centralita de emergencias del condado de Suffolk, en Nueva York. Un hombre con la voz entrecortada por la agitación avisaba a la policía que se había producido un tiroteo en el 112 de Ocean Avenue, en Amityville, y que todos los que allí residían habían sido asesinados. Todos, menos uno de los hijos, el presunto autor de la masacre.
Unos meses antes de la tragedia, Ronald DeFeo se hacía propietario de una estupenda casa de campo a orillas del Río Amityville. Éste había conseguido reunir una buena suma de dinero tras duros meses de trabajo con su suegro en Brooklyn y decide abandonar el ajetreo y el estrés de esa ruidosa ciudad para irse con su familia a un sitio más tranquilo en el campo. Finalmente se decide por Long Island, en donde compra una casa de dos pisos con ático y embarcadero propio sobre el río Amityville. Aquel lugar le parecía lo suficientemente tranquilo y espacioso para vivir tranquilamente con su mujer y sus cuatro niños. En ningún momento podía haberse imaginado los terribles acontecimientos que estaban a punto de suceder allí.
Como símbolo de la felicidad de la familia y de la buena suerte que habían tenido al encontrar tan maravilloso lugar, DeFeo coloca un cartel en rojo sobre la puerta de la casa que dice “Grandes Esperanzas”. Pero bajo esta chapa de éxito y felicidad aparente, la verdad es que Ronald era un hombre de genio muy vivo, conocido por su carácter ciclotímico y sus repentinos ataques de ira y violencia sin motivo aparente.
Mientras que para sus socios y amigos Ronald es un hombre dulce y suave, con sus hijos es una figura autoritaria y a menudo demasiado exigente. En algunas ocasiones sus acciones insensibles y crueles le provocan serias discusiones con su mujer. Pero tal vez el que más sufría su agrio carácter era su hijo mayor, Ronald Junior alias “Butch”, quien a menudo debía cargar con el peso del temperamento de su padre, pues ya se sabe lo que pasa cuando se enfrentan dos personalidades fuertes en una misma casa.
El niño pronto se convirtió en un chico solitario y de mal carácter, imaginamos que heredado de su padre. En la escuela, las pocas veces que asistía tenía peleas frecuentes con sus compañeros y su fama de chico duro le llevó a liderar un grupo de otros jóvenes camorristas.
Preocupados por este comportamiento, por la total desobediencia del adolescente y por las discusiones frecuentes entre padre e hijo, los DeFeo ya no sabían ni podían comunicarse con él y finalmente lo llevaron a que lo viese un psiquiatra. Las charlas con el médico fueron vanas, el joven adoptó una actitud pasiva agresiva hacia su psicoterapeuta y pronto abandonaron la idea de la ayuda profesional, pues casi era peor el remedio que la actitud original del muchacho.
En ausencia de otra solución, los DeFeo utilizaron una estrategia bien diferente que al principio dio buen resultado: comprando su afecto con dinero. Siempre que el chico estaba de mal humor lo apaciguaban con un regalo o con un puñado de dólares. Era lo único que se les ocurría para mantener una convivencia llevadera.
Cuando cumplió 17 años le obligaron a dejar la escuela parroquial a la que asistía porque por aquel entonces había empezado a tomar drogas duras como heroína y LSD. Lejos de sosegar su rebeldía cada vez daba más muestras de ella, llegando a manifestar un serio comportamiento delictivo en pequeños y no tan pequeños hurtos. Su comportamiento agresivo tampoco mejoraba, y ya no sólo dentro de su casa, sino con sus propios amigos.
Los altercados con su padre eran también más violentos, y como era de prever, un día llegaron al límite. Sucedió una vez que DeFeo padre discutía fuertemente con su mujer y el joven se le acercó apuntándolo con una escopeta. Lejos de apaciguarse, apretó el gatillo gritando que sería mejor que la abandonase y que iba a matarle por todos los malos tratos que infligía a la familia, pero afortunadamente el arma se encasquilló y nadie resultó herido.
Su padre no dijo nada, sólo se le quedó mirando desconcertado, presagiando que esa violencia pronto iría a más y que no dudaría en matarlo si se presentaba otra ocasión, a él o a alguien de su familia.
Al poco tiempo del incidente de la escopeta, el joven Butch quiso hacerse con un poco de dinero fácil para sus vicios y no se le ocurrió otra cosa que robarlo directamente en la empresa de su abuelo. Aprovechó el momento en que le mandaron ir al banco a depositar 31.800 dólares en efectivo para hacerlos desaparecer en su bolsillo, y luego les dijo que había sido atracado a punta de pistola por un desconocido que se había llevado todo el dinero.
Cuando dieron parte a la policía del robo, los agentes quisieron interrogar al joven para que les diese una descripción del ladrón puesto que había sido el único testigo del delito, pero éste al ver a los agentes, por los que no sentía simpatía alguna, adquirió una actitud tensa y agresiva que les llevó a sospechar que el chico escondía algo en su versión de los hechos. Su abuelo no quiso tomar medidas y dejó correr el asunto del dinero, a diferencia de su padre, quien si bien no consiguió sonsacarle una confesión de culpabilidad no dejó de reprenderlo duramente al considerarlo sin duda alguna como el autor del robo.
Pocos días después, el miércoles 14 de noviembre de 1974, cuando toda la familia se había acostado, el joven DeFeo seguía dándole vueltas a su cabeza alimentando una obsesión que había empezado a madurar varios meses atrás. Sentado en la cama y sin poder conciliar el sueño, la terrible fantasía crecía por momentos. Estaba harto de sus padres y de los continuos reproches. Odiaba a su padre más que a nadie en el mundo y tenía bastante claro lo que tenía que hacer para que no volvieran a fastidiarle. Estaba preparado para tomar el mando de la situación de una vez por todas.
Él era el único que tenía un cuarto individual, aunque en la enorme casa no tenían problemas de espacio. El hecho de ser el mayor de los hijos y su peculiar carácter le habían permitido este pequeño lujo. Su habitación era como un lugar de refugio que tenía vetado al resto de la familia. Allí pasaba largos momentos en soledad con la única compañía de un pequeño arsenal de armas de varios tipos que guardaba por afición, y que iba vendiendo cuando se cansaba de alguna o cuando necesitaba dinero rápido.
Esa noche eligió un rifle de calibre 35 y salió furtivamente pero con paso decidido hacia el dormitorio de sus padres. Abrió la puerta silenciosamente y observó como dormían, inconscientes del peligro que les acechaba. Entonces, sin vacilar, levantó el rifle y apretó el gatillo ocho veces. El primer tiro alcanzó a su padre en la espalda, penetrando en el riñón y saliendo por el pecho. Los siguientes le perforaron la espina dorsal y el cuello.
Los impactos despertaron a la señora Louise DeFeo, pero no tuvo tiempo a reaccionar antes de que su hijo disparase dos veces sobre ella, rompiéndole la caja torácica y el pulmón derecho. Sus dos hermanos más pequeños serían las siguientes víctimas. Entró directamente entre las dos camas y disparó sobre los indefensos chicos sin alterar su compasión lo más mínimo. Esta vez los disparos tampoco habían despertado a los miembros de la familia que estaban todavía con vida, las dos chicas. Butch se acercó a las niñas y asesinó a sus hermanas con sendos disparos en la cabeza.
Eran las tres de la mañana; con un balance de seis víctimas y consciente de lo que había hecho se paró momentáneamente a escuchar los ladridos del perro de la familia, que se encontraba atado en el cobertizo, preguntándose si el escándalo levantaría sospechas. Entonces se puso a pensar en una coartada para la policía, que sin duda sospecharía de él como autor de los asesinatos. Con mucha calma se quitó la ropa ensangrentada y se duchó, recogiendo el rifle y envolviendo todo en una funda de almohada que tiró en una alcantarilla. Cogió su coche y se dirigió a Long Island, como todos los días, para trabajar en la empresa de su abuelo.
Ya por la mañana, telefoneó varias veces a su casa haciendo que llamaba a su padre, simulando preocupación porque tal vez éste se hubiese quedado dormido y por eso tardaba en llegar al trabajo. A medida que pasaba el día, seguía fingiendo una mayor inquietud por la tardanza de su padre, y por el hecho de que nadie en la casa respondiese a sus continuas llamadas telefónicas.
Por la tarde, quiso que unos amigos le acompañasen a la casa a modo de testigos para comprobar según él, que es lo que estaba sucediendo. Al llegar, resaltó el que el coche de sus padres estaba aparcado en la entrada diciendo a sus compañeros que aquello era muy extraño, y entró en la casa con uno de los jóvenes. Al poco tiempo salió sollozando y gritando que sus padres estaban muertos, que habían sido asesinados.
Uno de los chicos llamó entonces a la policía, que no tardaron más de diez minutos en llegar a la escena del crimen y descubrir los cadáveres de las seis víctimas atrozmente mutiladas a balazos. Media hora después, todos los habitantes del pueblo de Amityville comentaban aterrorizados lo sucedido. Cuando interrogaron al único superviviente de la matanza, éste dijo que la noche anterior se había quedado hasta las cuatro de la mañana viendo una película en la televisión, y como no podía dormir, decidió salir temprano al trabajo dando un paseo, pero que no había escuchado nada.
Los investigadores no tenían ningún indicio que les permitiese sospechar de alguien en concreto, hasta que uno de los detectives que recorría las habitaciones de la casa en busca de alguna pista, hallaba en la habitación del chico dos cajas de cartón que habían contenido balas para un rifle del calibre 35, las mismas balas con las que habían asesinado a los DeFeo.
Cuando los policías interrogaron a los amigos del sospechoso, supieron que era un apasionado de las armas y la historia del robo de dinero de la empresa de su abuelo. Las sospechas pronto recayeron sobre él. Otro indicio que les hizo pensar que estaba mintiendo era su coartada. Había dicho que se había ido de la casa hacia las cuatro de la mañana por culpa de su ataque de insomnio y que por aquella hora todo estaba en orden, pero los médicos habían asegurado que la hora de la muerte de los DeFeo estaba estimada entre las dos y las cuatro de la mañana. Con esto, la grotesca historia del joven DeFeo empezaba a desmoronarse. Y más todavía cuando comenzó a contradecirse en algunos de los hechos al sentirse intimidado por los policías que lo interrogaban sin descanso, hasta que finalmente no soportó más la presión y confesó cómo había asesinado a cada uno de los miembros de su familia.
El juicio tuvo lugar el 14 de octubre de 1975, casi un año después de los asesinatos, y los jueces tuvieron que determinar que no se trataba de ningún enfermo mental, sino de un asesino metódico, de sangre fría y muy violento.
Para evitar la temida sentencia de ser condenado a perpetuidad o a la pena de muerte, Butch confesó como lo hubiese hecho alguien con una deficiencia mental: dijo haber matado a su familia, pero que lo había hecho en defensa propia, porque ellos iban a matarlo sino, pues desde hacía tiempo se sentía acosado por todos ellos. Dijo que no se arrepentía de nada y que cuando tuvo un arma en su mano tuvo claro lo que debía hacer y quién era en ese momento. Era Dios, nadie podía mandar sobre él.
Para los fiscales era fundamental demostrar la peligrosidad del joven DeFeo, y para ello contrataron los servicios de dos psiquiatras locales de reconocida fama. Para la acusación contaban con el Dr. Harold Zolan, y el que se ocupaba de la defensa se trataba nada menos que del Dr. Daniel Schwartz, quien poco más tarde ganaría notoriedad nacional como el psiquiatra que atendió a David Berkowitz, el célebre asesino en serie conocido como el Hijo de Sam (a quien diagnosticaría erróneamente que era un enfermo mental, como se comprobó años después del juicio).
Schwartz opinó que estaba convencido que el joven era un neurótico con delirios paranoides, un verdadero enfermo mental, lo que no agradó a la acusación, quién no se creía que una persona desequilibrada pudiese no solo poner tanto empeño y cuidado en deshacerse de las pruebas como había hecho Butch con la ropa sucia y el arma. Por otro lado, el doctor Zolan afirmó que el comportamiento del presunto asesino era el de una persona con personalidad antisocial, una forma de trastorno de personalidad, pero añadió que los que padecen este desorden son perfectamente conscientes de sus actos y diferenciaban perfectamente el bien del mal, aunque estaban motivados por una actitud imperiosa y egocéntrica que les conducía a la agresividad. En resumen, su diagnóstico indicaba que era culpable de asesinato e imputable por ello.
Después de un mes y siete días, el jurado por fin se decidió por un veredicto entre la inocencia o la culpabilidad contra el joven DeFeo basado sobre su estado de salud mental. El veredicto se emitió el 21 de noviembre, con 12 votos a favor y 0 en contra, declarando que era culpable de seis asesinatos en segundo grado, por lo que fue condenado a veinticinco años de cárcel por cada uno de los crímenes. En la actualidad, Ronald DeFeo Junior permanece encarcelado en el Departamento Correccional del Estado de Nueva York.
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