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jueves, 12 de septiembre de 2013
La desaparición del poblado de Anjikuni
El misterio comenzó en 1930 cuando el cazador Arnand Laurent y sus dos hijos vieron un extraño destello que cruzaba el cielo septentrional del Canadá. Laurent declaró que la luz cambiaba de forma por momentos, de modo que en un instante era cilíndrica y al siguiente parecía una bala enorme.
Pocos días después un par de miembros de la policía montada que iban camino del lago Anjikuni se detuvieron en la cabaña de Laurent en busca de abrigo. Uno de ellos explicó que en el lago había “algo así como un problema”. Laurent les menciono el extraño avistamiento. El policía preguntó al confundido Laurent si la luz que había visto se dirigía hacia el lago y éste le respondió afirmativamente,El policía movió la cabeza sin más comentarios, durante los años siguientes los Laurent no volvieron a ser interrogados. Ese fue un descuido comprensible pues la Real Policía Montada de Canadá ya estaba ocupada en esa época con el caso más extraño de su historia.
El cazador, llamado Joe Labelle, marchaba con sus raquetas de nieve hacia el pueblo junto al lago Anjikuni, se sintió agobiado por una extraña sensación de pavor. Normalmente, aquel era un ruidoso núcleo rural de mil doscientas personas y ese día, Joe hubiera esperado oír a los perros de los trineos que ladraban para darle su habitual bienvenida. Pero las chozas rodeadas por la nieve estaban recluidas en el silencio, y no salía huno de ninguna chimenea. Al pasar por la orilla del lago Anjikuni, el cazador vio que los botes y los kayaks todavía se hallaban amarrados a la orilla.
Sin embargo, cuando fue de puerta en puerta, solamente encontró una soledad misteriosa. Aún estaban apoyados en las puertas los apreciados rifles de los hombres. Ningún viajero esquimal dejaría jamás su rifle en casa.
Dentro de las cabañas, las ollas de caribú guisado estaban mohosas sobre los fuegos apagados hacía mucho tiempo. Sobre un camastro había un anorak remendado a medias y dos agujas de hueso junto a la prenda.
Pero Labelle no encontró cuerpos, ni vivos ni muertos, ni tampoco señales de violencia.En algún, momento de un día normal -cerca del almuerzo según parecía- se produjo una repentina interrupción en el trabajo diario, pero lo que la vida y el tiempo parecían haberse detenido en seco.
Joe Labelle fue a la oficina de telégrafos y transmitió su informe al cuartel general de la Real Policía Montada de Canadá. Todos los oficiales disponibles fueron enviados a la zona de Anjikuni.
Al cabo de unas pocas horas de búsqueda, los policías montados dieron con los perros de los trineos perdidos. Estaban atados a los árboles cerca del pueblo y sus cuerpos se hallaban bajo una sólida capa de nieve.Habían muerto de hambre y de frío.(en otra version se menciona que habian sido asesinados)
En lo que fuera el cementerio de Anjikuni, se produjo otro descubrimiento escalofriante. Las tumbas se encontraban abiertas, de las cuales, bajo una temperatura glacial, alguien se había llevado los cadáveres.
No se veían huellas fuera del pueblo, ni tampoco posibles medios de transporte por los cuales la gente pudiera haber huido. Sin poder creer que mil doscientas personas pudieran desvanecerse de la faz de la tierra, la Real Policía Montada de Canadá amplió su búsqueda. Con el tiempo, la investigación cubría todo Canadá y continuaría durante años. Pero después de tantos años, el caso sigue sin solución.
Actualmente la RCMP (Royal Canadian Mounted Police, Real Policía Montada del Canadá) niega la historia sobre la desaparición, niega que una aldea con una población tan grande hubiese podido existir en un área tan alejada de los territorios del noroeste.
Sin embargo, en una carta enviada por el RCMP en aquel momento al periódico “The Toronto Daily Star” , confirma la historia del cazador.
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